Supongo que al otro lado del mundo habrá empezado una discusión de, como dirían católicos o evangélicos, padre y señor mío. En verdad os digo, mis antenitas de vinil detectaron la presencia del enemigo: los malditos recuerdos. Sólo bastaba escuchar su voz para desencadenar un torrente de emociones en mi cabeza, corazón, estómago y partes privadas. ¡Pero hermano, que bien la gozamos, por Maradona!
Pero nada de eso importaba ahora. ¿De qué te sirve querer si es que no puedes tener lo que quieres? ¿Para qué entregarse? ¿Para qué arriesgarse?
¡Yo tenía un objetivo al principio! ¡Quería deshacerme de Paula por una vez por todas! ¡Mierda, cómo me haces daño cuando me llamas! ¿Es que no sabes que, a pesar de la distancia y el tiempo, quizá, aún te sigo queriendo?
Tenía que sacármelo de mi cabeza. Pero no podía decírselo directamente, porque iba a perder. Sabía que si cedía ante sus deseos, me iba a dominar. Estando casada no podía concebir la idea de que yo continuara con mi vida con otra mujer. Será porque ambos estábamos en la misma zona. Años más tarde me enteré, por intermedio de su hermano, que ella nunca se quiso casar con el. Pensó que sería efímero… que yo lucharía por ella... que volvería a ser su payaso personal.
Pude sentir su llanto, como tantas otras veces. Su corazón apretujaba el mío. Mi mononeurona se bloqueó y mi sueño desapareció. No podía conciliarlo. Daba vueltas en la cama. Sentía los gritos de su esposo. Podía escuchar cómo la insultaba. “Puta de mierda, otra vez vuelves con tus cojudeces. Ni porque tienes un hijo en camino cambias tu calentura. ¿Qué no te respetas, carajo?”
Asumo que le habrá respondido. Ella es de armas tomar. Nunca deja que la atrasen rápidamente. Era demasiado posesiva. Todo “mío, mío, ¡mío!”. Yo era “suyo”, según eso. Y me trataba como tal.
El gallo “europeo” cantó a las 4:35, como todas las noches. Los panaderos ya estaban trabajando. A esa hora, por mi casa, se puede oler la harina cocerse y hacerse bollos. Hmmm… bromato de potasio. Y más aún que era época navideña. Los panetones estaban a la orden. Panetón Ricotón. Y así igual ella tenía un buen “panetón”.
¡Caray! ¡Hasta el panetón me hace recordarla! ¡Por Alá! ¡Ya me tienes cojudo!
Sonaron las 4:40.
4:41.
4:42 am.
La bronca en Valencia debió haber estado muy fea. Ya sabía que su esposo era violento. Era un muchacho de 25 años, alto, de tez blanca, cara ovalada, ojos negros, cabello rubio cenizo, con barba desaliñada, despeinado, pelo grasoso y tenía un lunar en el centro de la nariz. Tenía una voz grave y era musculoso. Al parecer pasaba mucho tiempo en los gimnasios. Gustaba de bañarse después de un sauna, donde seguro paraba midiendo su “ego” con sus compañeros gays. Francamente, no se qué diantres le vio Paula en el.
Años después, su hermano me dijo que era su primo y que habían tenido un encontrón sexual de aquellos. Sus padres los encontraron en pleno y… bueno, los muy puritanos los obligaron a casarse. ¡Qué decepción, por [pon el nombre de tu divinidad aquí]!
Su madre, que me quería mucho, ya que para ella era una “alpaca parlante”, me llamó horrorizada, contándome – la muy chismosa y bien turulata mujer - que su hijita ya no era virgen. “Señora… esa no es noticia nueva. Es más… yo fui el primero”.
Casi se lo digo, pero tuve que morderme la lengua.
Sonaron las cinco menos cuarto. Puse a cargar mi celular, por si las moscas. No vaya a ser que me vuelva a llamar.
Apenas lo coloqué comenzó a sonar.
- Apenas este huevón se vaya, agarro el Iberia para Lima – me dijo entre sollozos.
- Pero estamos jueves. – repliqué. – El próximo vuelo sale el miércoles de la otra semana.
- ¡Entonces agarro mi Chama y me voy allá! ¡Aún tengo mi carné de medio!
Una de las cosas que más amé de ella: aún en los peores momentos, siempre salía con una frase graciosa.
- No lo aguanto, mi amor, no lo aguanto a ese huevón. Me quiero ir.
¡Ya vez lo que haces, imbécil! ¡Ya desplegó sus fuerzas hacia ti! ¡Está haciéndote la misma jugada que te hizo tantas veces!
- Sabes que te estoy esperando. – respondí, con mi estúpido tonito paternal. - ¡Vamos! ¡Alegra esa cara!
¡Huevón! ¿Qué haces? ¡La estás cagando!
- Te espero todos los días. No puedo olvidarte, Paula. Estoy loco por ti.
Ahí está. Lo dije. La amo. Aún la sigo amando. Aún te sigo amando…
¡No! ¡Cojudo! ¡La cagas! ¡Está casada! ¡Déjala en paz! ¡Déjate en paz!
- Te amo, idiota
- Yo también.
¡Hazme caso, papanatas! ¡Ya sabes lo que te va a hacer! Va a venir y van a follar como conejos arriolas y de ahí te va a volver a dejar. ¡Tienes que avanzar! ¡Ya encontraste a otra mujer, que es mucho mejor que ella! ¿Por qué tirarlo todo por la borda?
- ¿Nunca me has dejado de amar? – me preguntó como la niña que siempre fue.
- ¿Qué te crees? Me muero por tocarte y comerme tus labios…
- Quiero estar a tu lado, idiota – dijo con esa voz que cautivó mi corazón para siempre – Esta vez no me quiero separar de tu lado.
¡IMBÉCIL! ¡DILE QUE NO! ¡TERMINA CON ESTO DE UNA VEZ POR TODAS!
- ¿Te casarías conmigo, Christian?
Wow…
Heavy metal…
Primera vez que dice mi nombre en… mucho tiempo.
2 comentarios:
estaba loca.. aunq t vas a reir mi estimado amigo.. no se si todas las mujeres somos, asi pero senti q me reflejaba en ella, solo q mi orgullo, no me hizo llamarlo mas.. y no me refiero a "eso" a lo q le quieres pegar si no al que ahorita se va a casar.. si t conte no? en fin..
SÍ!!!! la historia de carlita estuvo fuerte y me lelgó al bobby; la tuya también se pone interesante(otra vez). Síguele que quiero saber que más pasa.
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