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jueves, setiembre 28, 2006

Nuestro nidito de amor - Parte II

Intenté deslizar mi cetáceo cuerpo dentro de su endeble armario, pero la inmensa cantidad de ropa que tenía adentro me tiraba hacia fuera. Los pasos se acercaban cada vez más y más. Ya podía sentir la marca de las suelas de la caterpillar de su viejo en mi mejilla…

- Entonces, métete debajo de la cama – me dijo.

Abrí mis ojos de forma tan grande, intentando emular a un gato a punto de ser mordido por un perro. No quería entrar ahí. Le tengo pánico a las cucas.

- Oye. No hay cucarachas. Ni que fuera cochina – aclaró.

¡Haberlo dicho antes, cojuda! ¡Hace rato que me hubiera metido!

Intenté razonar por un breve instante.

- ¿Y si le decimos la verdad? – musité, intentando esbozar una sonrisa en mi cara.

Ella me miró con cara de que estuviera yo hablando tonterías de nuevo. Muy linda e irónica, se echó en la cama y me dijo:

- Sabes que me muevo mucho en la cama de noche… y que soy muy majadera.

Hizo una pausa breve.

- No te conviene.

Obvio. Me conocía muy bien. Sabe que no le entraba a juegos de celosía y esas cosas. Prefiero quedar estéril antes que ella me la corte, como Lorena Bobbit, en un ataque de celos sólo por mirarle el inocente trasero de una muchacha cualquiera, de buen ver, de manera furtiva.

“¡Caray!” pensé. “¡Ni de a vainas!”

Tuve que enfrentar mis miedos. Aunque ya sabía que no habían cucarachas en su cuarto, igual tenía miedo. Estos bichitos pululan en las oscuridades, en los rincones más recónditos de los cuartos de las personas. Salen de noche a darse un paseo por los labios de las personas de sueño pesado y luego se van a dar un festín a los tachos de los baños. Y pensar que uno de esos asquerosos animales podría estar ahí sin saberlo… y su cuarto estaba tan cerca al jardín, de donde pueden entrar de manera más fácil…

¡AG!

Apenas sentí que la mano de su viejo tocó la perilla de la puerta, todo se volvió borroso. Adquirí de manera mágica el poder de Jenny, de “Mi Bella Genio”, y con un parpadeo ya estaba debajo de su cama, viendo la grandiosidad de aquellas botas, con una suela de 5 cms de duro jebe, dispuestas a patear el trasero de todo aquel que intente tomar la flor de la niña de sus ojos.

Pero bueno… esa flor ya había sido tomada hace mucho. Ese “jardín” ya estaba casi tan transitado como el Parque Universitario.

Igual. Yo fui uno de los primeros en enterarme. Pero, como siempre, el cachudo es el último. En este caso, su padre pensaba que ella era pura, virgen (JAH!) e inmaculada. Que en las profundidades de su ser aún no había corrido ninguna célula de cabeza ovalada y cola larguísima, en búsqueda de una metamorfosis antropomórfica. En otras palabras, que nadie se la había follado a lo Tarzán.

Sentía cómo ella temblaba. El olor a media, abajo donde yo estaba, era insoportable. Encontré un calzón, por suerte, limpio. También un par de calzas de colegio que supongo que tenían unos cuantos meses ahí. Supongo que eran azules… pero cómo olían… ¡POF!

Su voz gravísima invadió el cuarto y me llenó de terror cuando saludó a su hijita.

- ¿Qué has estado haciendo? – inquirió, como si supiera que algo andaba mal…
- Nada, papi – respondió ella, con voz endeble.

Dio unos cuantos pasos alrededor de la cama, poniéndose en el rango de mi visión. Yo no me podía mover ni un milímetro. Casi ni podía respirar… por el miedo y por la peste.

- Aquí hay algo muy extraño. – dijo de manera sospechosa - ¿Por qué estás con tu pijama tan temprano?

¡Soba negra! Si hubiéramos estado jugando “matagente”, ella estuviera ahorita con pellejo y hueso. Pero, inteligentemente hizo un “kechi” al responderle:

- Es que no tenía nada que ponerme, papi. Además, ya no voy a salir. Entonces, ¿por qué voy a ensuciar algo? Así nos ahorramos detergente y agua…

¡Zas! Se había agarrado como un pitbull de la gran debilidad del viejo ese: el dinero. El era más duro que Oscar Ibáñez al momento de pagar una parrillada. Cuando le hablaban de plata, se ponía también más lisuriento que Dennys Falvi, quien curiosamente fue uno de sus grandes amigos.

Al parecer, todo iba bien. El padre se sentó en la cama, aplastando con su pesado trasero el colchón y este contra mi espalda, causándome problemas para respirar. No podía moverme, porque me delataría y de ahí… estoy muy seguro que no estaría escribiendo estas líneas.

Estuvieron un gran rato conversando. Hablaban de la vida, de lo que el esperaba de ella cuando saliera del colegio e ingresara a la universidad… de sexo … que no quería que ningún hombre la tocara antes del matrimonio…

Si supiera el pobre hombre de cuántos fuimos, entonces muchos seríamos gays para no afectarle…

De repente ocurrió algo inesperado. Se le cayó el lapicero al piso.
- No te preocupes, hijita. Yo lo recojo.

¡Por dios! ¡No lo hagas, maldita sea! ¡Si todo iba tan bien! ¡Prometo que me voy a casar con ella si la saco embarazada! ¡No importa! ¡Pero no me la cortes! ¡Me caso! ¡La puta madre…!

Esas y más frases inintengibles pasaron por mi mente mientras sentía cómo su enorme trasero se levantaba, aliviando la presión de mi espalda y dejándome aspirar un poco de aire viciado de olor de media cochina. Casi toso, pero por suerte, me aguanté. Comencé a temblar y a convulsionar un poco… por la tos.

Vi todo en cámara lenta. Sus pies rotaron y una pesada rodilla cayó al piso. Por el filo de la parrilla, al voltear mi cabeza, pude ver un pedazo de su gigantesca panza rebozar un poco el borde y hacerse visible para mis ojos. Su pesada mano se apoyó en el piso para poder equilibrar las toneladas de peso y no volcarse como un volquete.

Vi sus patillas. Vi su fuerte mandíbula masticar furiosamente chicle de nicotina. Sus enormes cachetes, aunados con su larga nariz, lo hacían verse como un tapir al momento de buscar a su presa y asesinarla. Y yo era esa enclenque presa.

Cerré los ojos fuertemente, esperando el grito de furia, su enorme mano aprisionando mi cuello, sintiendo las futuras patadas y viéndome yo en un futuro casado con esta chica… a los 16 años.

“Quizá compraré un terno morado, para que combine con los moretones”, pensé. “¿Se podrá usar lentes oscuros en la iglesia?” “¿Podré pintarme en las suelas de mis zapatos: “Help Me”?”

- ¡Ajá! ¡Con que aquí estabas! – vociferó su padre.

“¡Santo Niño de Atocha, ayúdame!”, grité en mi mente.

2 comentarios:

Fr@nk M!Ch@ell dijo...

What's up man!!! que manera de dejar a tus lectores con las mentes aturdidas, por el relato de pesuñas y golpes. Sigue man que yo recien leo tu blog y esta interesantisimo. Suerte.
Visitame........
Saooooooooooooo

°Oo.Reinventandome .oO° dijo...

y..??? te lo dijo a ti? se lo dijo al lapicero? aun puedes tener decendencia q paso???!!