miércoles, julio 19, 2006
Abejorro Tyson
La próxima vez que alguien esté caminando por las comunidades serranas, tiene que tener en cuenta las siguientes situaciones:
- Al preguntar alguna dirección, siempre le responderán: “Está aquisito nomás”. Esto es sinónimo que queda a una distancia superior a los dos kilómetros.
- Las distancias son el triple de lo que se ve desde la carretera. En verdad, están bien lejos.
- Las vacas no son amables. Cornean con los ojos abiertos.
- Los chanchos se comportan como perros y muerden feo. No os confiéis de su aparente estado pernoctante. Tienen complejo de boy scout: “siempre listos”.
Pero, lo más importante: detrás de alguna piedra o cualquier árbol aparentemente inocente se encontrará o algún escorpión o un abejorro. Este último, el más peligroso.
Un bicho negro y redondo, capaz de zumbar muy fuerte y volar a gran velocidad. De muy mal humor, es un gladiador incansable que tiene el poder de hacerle frente incluso a Raid con su inconfundible sonido diegético. Un peligro para el voluntario PUCP.
Su hábitat natural es la serranía peruana, donde vive en sus respectivas urbanizaciones ígneas, conviviendo con burros, escorpiones, bacas y plantaciones de maíz. Su mayor enemigo: al parecer, yo. Les cuento cómo ocurrieron los hechos:
Iba yo caminando, subiendo por el enésimo cerro en búsqueda de una muchacha adolescente embarazada para realizarle una encuesta, por encargo del Centro Federado de Estudios Generales Letras y la Municipalidad del distrito de Curahuasi. En el cerro anterior había sufrido un accidente al caer de bruces por pisar mal contra una piedra. Mi muy fiable rodilla había jugado su última carta y necesitaba atención médica, debido a que había impactado una roca. Mis compañeros me ayudaron a levantarme y con una rama me apoyaba para poder caminar.
La subida fue algo difícil. La pierna me dolía mucho. Eran las 8 de la mañana y ya estábamos cansados, debido a que desde las 5 estábamos buscando a esta señorita. El sol nos daba directamente a la nuca y nuestras provisiones de “Cereal Bar” ya se nos estaban agotando. Las energías debían ser ahorradas para la llegada de la noche, en la cual un grupo de los voluntarios tenía que hacer un viaje al pueblo para comprar nuestras provisiones de alcohol para la noche.
Pasito a paso se llega lejos. Sólo escuchábamos el sonido de nuestras pisadas en el pasto seco, además de los gruñidos de un pequeño cerdito que nos hacía la guardia al pasar por algunos cultivos. Mi improvisado bastón servía para limpiar el camino de mis enemigos ígneos, sin pensar lo que me ocurriría después.
Por fin, al llegar a una pequeña meseta, pudimos ubicar una casa hecha de adobe a unos cuantos metros. Al lado de la puerta se encontraba un perro y otro porcino. Este último se notaba que era de más “level”. Su pelaje era de color rubio y tenía el peinado de Álvaro Maguiña. Sin mentirles.
El perro, de raza chúskerman retriever, nos miró de reojo. Se puso en cuatro patas y se metió a la casa. Para nosotros fue un alivio, ya que nos habían contado que los guardianes caninos de las montañas eran los más bravos de la comarca. Proseguimos nuestra marcha hacia la puerta, en búsqueda de la madre adolescente, pero no contamos con que ellos tengan un segundo sistema de seguridad…
Nos habíamos olvidado de nuestro amigo porcino. Cuando vio que nos íbamos acercando a su espacio personal, comenzó a gruñir de manera desesperada. “Oink, oink” al principio. Los “oinks" se hacían cada vez más fuertes hasta que se transformaron en “wee”, mostrando sus aparentemente inofensivos colmillos. Sus pezuñas de kuchi – su nombre en quechua – iban zapateando el piso, preparando la carrera para embestir al primero que osara dar el primer paso hacia la puerta. Su respiración se hacía cada vez más fuerte, lo que nos hacía recordar a un toro furioso.
Yo me sentí intimidado por el kuchi, primo de “Chicharrón”. Parecía que la cosa iba en serio.
Después de algunos gruñidos y embestidas polvorientas, por fin salió la susodicha muchacha a calmar a su fiel guardián. Solo así pudimos hacer la dichosa entrevista, luego, por fin, ¡a casa!
En la bajada, que era mucho más fácil, fue donde ocurrió nuestro encuentro cercano del tercer tipo.
Marco, uno de los voluntarios, lideraba la expedición, limpiando el camino para que las muchachas no tuvieran ningún problema de encontrarse con bichos y cosas por el estilo. Yo iba al último, debido a que cargaba todos los implementos en mi chaleco “todo terreno”, donde estaban los alimentos, el agua, los lapiceros, los caramelos de limón… en fin, todo. Además de mi voluminoso ser.
De repente, algo comenzó a pasarle. En medio de los pastos secos, comenzó a moverse de manera muy rápida y a pedir auxilio. Algo le estaba molestando.
Al principio nos reímos. Avanzamos un poco más y de repente comencé a escuchar un zumbido a lo lejos. Algo que no iba en armonía con los mugidos de vaca y los gruñidos de cerdo.
Seguí mi camino y el zumbido se hacía cada vez más cercano.
- ¿Escuchan eso? – le pregunté al grupo.
Pausa general. No me hicieron caso.
- Es como un zumbido… un zumbido fuerte…
La frase fue cortada por un corte aéreo de las alas del bicho. Había pasado muy cerca de mi cara. Me quedé paralizado. En pleno estado de shock pude escuchar ese zumbido…
Voltee mi cara hacia la dirección de donde venía ese sonido diegético. Lo único que vi antes de rodar por el piso fue un bulto negro que venía a toda velocidad hacia mi cara.
El mundo comenzó a dar vueltas. Los árboles parecían haber comenzado a caminar. La tierra encegueció mis ojos por un instante. Sólo podía escuchar ese zumbido maldito mientras podía sentir sus patas rozar mis orejas y mi cuello.
Intentaba zafarme. Me lograba parar de vez en cuando, pero volvía el bicho a la carga. No lo podía ver, pero lo podía escuchar. Intenté emular a Benji Price – su verdadero nombre es Genzo Watashabe, de los SuperCampeones o Capitán Tsubaza Ozora – cuando tenía que tapar el disparo del capitán alemán en la final del torneo mundial juvenil, cerrando mis ojos y concentrándome en el sonido del insecto para poderme así defender con mi única arma defensiva: mi zapato tamaño 45.
Lección aprendida: eso sólo funciona en las caricaturas. El bicho, sabio el, supo interpretar mi novísima estupidez. Seguro se debió haber reído cuando me quedé parado cual ceporro y se lanzó al ataque, al haber yo bajado mis defensas.
Resultado: Golpe franco directo en la frente. Knock out. Un headbutt. Un empellón. Ni Mike Tyson lo hubiera pensado. Peor que el cabezazo de Zidane a Materazzi en la final del mundial.
Caí pesadamente al pasto seco y rodé cuesta abajo, chocándome con cuanta piedra estaba plantada en el cerro.
Mis compañeros, obviamente, estallaron de risa. Un campesino que presenciaba el hecho, se acercó a mí y, entre burlas, me dijo:
- ¿Vencido por un bicho, joven?
(*) Foto tomada de www.infoagro.com
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