Hace más de diecisiete meses, creo yo, todos los días a las cuatro de la mañana recibía una llamada en mi celular desde Valencia, España, donde vivía hasta hace unos años mi ex de siempre, la Maric. Para mi ella fue una de aquellas muchachas de las cuales uno nunca puede darle la vuelta. Quizá será porque gran parte de mi vida afectiva la pase debajo – o encima o a veces de costado – de ella.
Era una muchacha rara. De las que te enamora mostrándote el escote. Con dos poderosas razones, más efectivas que Figo y Zidane, te iba atrapando en una enredadera de pasión, sexo y puesta-de-cuernos impresionante. Mis amigos me decían que ella era una de esas que necesitabas licencia de conducir para manejarla. Estando con ella me sentía un ciego manejando en la Fórmula 1.
Para ella la conciencia era una voz afónica dentro de su cabeza. Sabía cómo pensábamos los hombres. Olía nuestra infidelidad innata, ese deseo natural de desperdigar nuestra marca genética en cada mujer que pase por nuestra cabeza. Entraba como camión en la vida de uno y usualmente la dejaba echa añicos, con un gran dolor en la espalda y con un par de cuernos en la frente.
Era de alto mantenimiento, ya que no se le podía llevar a cualquier lugar. Conmigo conoció el gusto de la carretilla de dulces con la señora de color teléfono antiguo y la rica salsa. Le gustaba presumir de su belleza. ¡Y vaya que estaba linda! Es de aquellas que se le ven muy bien. Alguno de sus antepasados deben también haber sido de Lorena, Francia, de donde vienen ese tipo de chicas… aunque ellos, creo, hayan venido de los balcanes croatas.
Pasé muchos años con ella. Entre estando y no estando. Entre hostal y su casa… aunque a veces en la mía también, pero sólo cuando mis viejos no estaban… cosa que era casi imposible. Me sacó la vuelta innumerables veces. Yo tampoco me quedé atrás… Pero digamos en esa batalla de sacavuelteros, ella me ganó por 12 a 3. Esos doce fueron los que me enteré… supongo que habrán sido más.
Si pues, fui el cornudo más famoso de la comarca. Casi todos se habían acostado con mi enamorada. Por lo menos, seis de los trece chacales podríamos decir cuántos lunares tenía en su entrepierna.
Respuesta: 3. Si acertaste, estoy seguro que también te has acostado con ella. Fácil forman un club. Les doy una pista: ojos claros, parecidos al azul que hay en el cielo en pleno verano. Cabello rubio cenizo algo despeinado... que a veces cambiaba a rojo, según la temporada. Cara ovalada. Nariz respingada. Ojos pequeños con cejas delgadas. Pómulos finos. Labios delgados. Recontra rufla...
Me acuerdo que la última vez que la escuché fue en la última semana de febrero. Entre sueños, me contaba de su nueva vida, después de haber destrozado mi corazón por enésima vez. Para ese tiempo, yo ya andaba con mis propios planes. Me contaba de su nueva conquista, cuyo nombre ahora no me acuerdo. Ya tenía con él algunos meses.
La conversación sobre nuestras vidas iba de lo más normal. Me reía de cómo ella se las ingeniaba para salirse de la “estúpida monogamia” para convertirse en “una mujer del mundo”, burlándose de sus antepasados evangélicos.
Llegamos al punto en el cual yo tenía que retribuir a la cantidad de información que ella había invertido en mí.
- He encontrado una chica, bien linda – le dije.
- ¿Si? ¿Más linda que yo?
- En realidad, tres. Pero… creo que sí.
- ¿En serio?
- Es mi mejor amiga.
Le cambió la voz en ese momento. Al parecer no me creía.
- ¿No que yo era la primera? – preguntó con un ligero toque celoso.
- Como dice Héctor Lavoe: - poniéndome a tararear – “Todo tiene su final. Pan pan pan paan. Nada dura para siempre”
Me reí de mi estupidez. A ella no le pareció nada gracioso. Para serles sincero, me sentí un poco mal. Pero no mal por que me guste otra. Me sentí mal porque había roto – por fin – ese círculo vicioso que nos unía: Ella se iba con otro y yo la esperaba. Yo me iba con otra, raras veces, y ella me esperaba.
Le comenté que ya había pasado la página. Ya no me sentía mal a ver su foto. Nuestra desquiciada forma de querernos había pasado a ser una anécdota del pasado.
-¿Qué me quieres decir con eso? ¿Que ya no quieres ni siquiera tirar conmigo?
Le dije la frase que es matadora para muchas chicas:
- Siento que, por fin, he llegado a verte como una persona andrógina. Tus encantos ya no me hacen efecto.
Hice una pausa y luego agregué, para redondear la idea:
- Soy inmune a tu veneno.
No encontré respuesta.
- Ñaca, ñaca… Aparte estás muy lejos. No la tengo tan larga.
Balbuceó. Intentó darme una respuesta rápida, pero entendió la indirecta. A mi ya me gustaba otra chica. En realidad tres, pero implícitamente sólo una. Debo admitir que lo hice a propósito, porque esa puerta tenía que cerrarse. Incluso el sexo con ella ya era algo monótono.
- ¿Me extrañas?
- No – le respondía con desdeño.
- Mentiroso.
- Sabes que no soy bueno para esto.
Me daba una vuelta en mi cama, para tener una mejor recepción.
- No sé cómo me podías aguantar – me inquiría extrañada, y haciéndose todos los días como si fuera la primera vez que me lo preguntaba.
Pausa dura en la que podía escuchar su respiración entrecortada, en donde me decía siempre todo. No le di respuesta.
- ¿En verdad ya no me quieres?
Tenía que ser preciso con mis palabras. Si no, ¡la que me esperaba cuando volviera! Ella, a pesar de ser como la gripe – es decir, que a todos los ha revolcado en la cama – era celosa e insegura. Bajo toda esta careta de mujer liberal y desinhibida se escondía una niña que sólo buscaba que la quisieran y que la valoraran. En la cama se sentía querida. Fuera de ella no. Quizá, como me dijo unos día antes que muriera, regresaba a mi porque yo logré pasar más allá del sexo. Fui su amigo…con privilegios.
- Tonta. – le dije - ¿Cómo no te voy a querer, si contigo aprendí a hacerlo?
Ella se rió.
- No hablo solamente del sexo, pervertida.
Era una muchacha rara. De las que te enamora mostrándote el escote. Con dos poderosas razones, más efectivas que Figo y Zidane, te iba atrapando en una enredadera de pasión, sexo y puesta-de-cuernos impresionante. Mis amigos me decían que ella era una de esas que necesitabas licencia de conducir para manejarla. Estando con ella me sentía un ciego manejando en la Fórmula 1.
Para ella la conciencia era una voz afónica dentro de su cabeza. Sabía cómo pensábamos los hombres. Olía nuestra infidelidad innata, ese deseo natural de desperdigar nuestra marca genética en cada mujer que pase por nuestra cabeza. Entraba como camión en la vida de uno y usualmente la dejaba echa añicos, con un gran dolor en la espalda y con un par de cuernos en la frente.
Era de alto mantenimiento, ya que no se le podía llevar a cualquier lugar. Conmigo conoció el gusto de la carretilla de dulces con la señora de color teléfono antiguo y la rica salsa. Le gustaba presumir de su belleza. ¡Y vaya que estaba linda! Es de aquellas que se le ven muy bien. Alguno de sus antepasados deben también haber sido de Lorena, Francia, de donde vienen ese tipo de chicas… aunque ellos, creo, hayan venido de los balcanes croatas.
Pasé muchos años con ella. Entre estando y no estando. Entre hostal y su casa… aunque a veces en la mía también, pero sólo cuando mis viejos no estaban… cosa que era casi imposible. Me sacó la vuelta innumerables veces. Yo tampoco me quedé atrás… Pero digamos en esa batalla de sacavuelteros, ella me ganó por 12 a 3. Esos doce fueron los que me enteré… supongo que habrán sido más.
Si pues, fui el cornudo más famoso de la comarca. Casi todos se habían acostado con mi enamorada. Por lo menos, seis de los trece chacales podríamos decir cuántos lunares tenía en su entrepierna.
Respuesta: 3. Si acertaste, estoy seguro que también te has acostado con ella. Fácil forman un club. Les doy una pista: ojos claros, parecidos al azul que hay en el cielo en pleno verano. Cabello rubio cenizo algo despeinado... que a veces cambiaba a rojo, según la temporada. Cara ovalada. Nariz respingada. Ojos pequeños con cejas delgadas. Pómulos finos. Labios delgados. Recontra rufla...
Me acuerdo que la última vez que la escuché fue en la última semana de febrero. Entre sueños, me contaba de su nueva vida, después de haber destrozado mi corazón por enésima vez. Para ese tiempo, yo ya andaba con mis propios planes. Me contaba de su nueva conquista, cuyo nombre ahora no me acuerdo. Ya tenía con él algunos meses.
La conversación sobre nuestras vidas iba de lo más normal. Me reía de cómo ella se las ingeniaba para salirse de la “estúpida monogamia” para convertirse en “una mujer del mundo”, burlándose de sus antepasados evangélicos.
Llegamos al punto en el cual yo tenía que retribuir a la cantidad de información que ella había invertido en mí.
- He encontrado una chica, bien linda – le dije.
- ¿Si? ¿Más linda que yo?
- En realidad, tres. Pero… creo que sí.
- ¿En serio?
- Es mi mejor amiga.
Le cambió la voz en ese momento. Al parecer no me creía.
- ¿No que yo era la primera? – preguntó con un ligero toque celoso.
- Como dice Héctor Lavoe: - poniéndome a tararear – “Todo tiene su final. Pan pan pan paan. Nada dura para siempre”
Me reí de mi estupidez. A ella no le pareció nada gracioso. Para serles sincero, me sentí un poco mal. Pero no mal por que me guste otra. Me sentí mal porque había roto – por fin – ese círculo vicioso que nos unía: Ella se iba con otro y yo la esperaba. Yo me iba con otra, raras veces, y ella me esperaba.
Le comenté que ya había pasado la página. Ya no me sentía mal a ver su foto. Nuestra desquiciada forma de querernos había pasado a ser una anécdota del pasado.
-¿Qué me quieres decir con eso? ¿Que ya no quieres ni siquiera tirar conmigo?
Le dije la frase que es matadora para muchas chicas:
- Siento que, por fin, he llegado a verte como una persona andrógina. Tus encantos ya no me hacen efecto.
Hice una pausa y luego agregué, para redondear la idea:
- Soy inmune a tu veneno.
No encontré respuesta.
- Ñaca, ñaca… Aparte estás muy lejos. No la tengo tan larga.
Balbuceó. Intentó darme una respuesta rápida, pero entendió la indirecta. A mi ya me gustaba otra chica. En realidad tres, pero implícitamente sólo una. Debo admitir que lo hice a propósito, porque esa puerta tenía que cerrarse. Incluso el sexo con ella ya era algo monótono.
- ¿Me extrañas?
- No – le respondía con desdeño.
- Mentiroso.
- Sabes que no soy bueno para esto.
Me daba una vuelta en mi cama, para tener una mejor recepción.
- No sé cómo me podías aguantar – me inquiría extrañada, y haciéndose todos los días como si fuera la primera vez que me lo preguntaba.
Pausa dura en la que podía escuchar su respiración entrecortada, en donde me decía siempre todo. No le di respuesta.
- ¿En verdad ya no me quieres?
Tenía que ser preciso con mis palabras. Si no, ¡la que me esperaba cuando volviera! Ella, a pesar de ser como la gripe – es decir, que a todos los ha revolcado en la cama – era celosa e insegura. Bajo toda esta careta de mujer liberal y desinhibida se escondía una niña que sólo buscaba que la quisieran y que la valoraran. En la cama se sentía querida. Fuera de ella no. Quizá, como me dijo unos día antes que muriera, regresaba a mi porque yo logré pasar más allá del sexo. Fui su amigo…con privilegios.
- Tonta. – le dije - ¿Cómo no te voy a querer, si contigo aprendí a hacerlo?
Ella se rió.
- No hablo solamente del sexo, pervertida.
2 comentarios:
Pendejo. Bien, muy bien. Diria yo.
Damian
amigo deja de beber.. escucha mis palabaras y asi la olvidaras..esa mujer nunca te amo...
esa mujer siempre te engañoooo y se burlaba de ti cuantas veces queriaaaa y t besabaa fingiendo quereeeerr
olvidala amigo no debes recordarlaaaaaa, mejor sera olvidarla y asi sera mejor..
al son de carmencita lara ay ay ay
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